por Carlos Suárez.

El psicoanálisis intenta descifrar el presente escudriñando en el pasado. El tarot y otras formas adivinatorias intentan a partir del pasado y del presente expresar el futuro posible. En la intención adivinatoria hay un desesperado intento por anular las fatalidades del porvenir, para comprobar como Cassandra que quizás ese destino es ineludible.

Más que arcas de conocimiento, el tarot me resulta fascinante como máquina del tiempo, como catalizador profético, como presentimiento, desdoblamiento atemporal, etc. Supongo que es porque en la música intento escudriñar en lo desconocido, escudriñar el porvenir, crear metáforas de lo posible. Levi Strauss define la música como una máquina de abolir el tiempo, pero pienso que abolir también implica proyectar o impulsar ese discurso en dirección al futuro, asumiendo que inevitablemente se tornará irreconocible, afectado por una especie de síndrome de Cassandra estético.

Todo esto aunque parezca paranormal o metafísico en realidad se funda en una racionalidad y una lógica concreta, aunque en realidad no esta del todo esclarecida y quizás nunca lo esté, porque siempre cambia. Pero en cierto modo se funda es principios similares a los de la climatología o las estadísticas, aunque en la música y el tarot la química cerebral y los fuegos de artificio neuronales son de otra naturaleza y nivel de complejidad.

A diferencia de una imagen, el sonido y la música se desarrolla en el tiempo, por esa razón cuando escuchamos un sonido intentamos adelantarnos en el tiempo para reconocerlo e identificarlo como un posible peligro o una información relevante para nuestra conformación vital. Mi acercamiento sonoro-musical al tarot intenta asumir ese poder adivinatorio, ese misterioso y complejo mecanismo que le permite funcionar como una máquina del tiempo. Una máquina que a partir del pasado y del presente es capaz de propiciar lo revelatorio y lo extático en el sonido.